Aclaración: Humanoide consciente u Homo syntheticus

Añadí esta aclaración porque tal vez la persona que lea esto no llegue a conocerme; y si se trata de un ser humano, no entienda alguna de las cosas que he escrito en esta breve bitácora o, como se empeña en recalcarme AEGIS, diario personal. Ya estamos discutiendo y no llevo más que dos días despierto. Cosas de las IAs.
Yo, como habrás podido deducir por el título de esta entrada y algunas cosas que he mencionado en las dos últimas entradas, no soy un ser humano en el sentido literal de la palabra. Aunque en un principio sí lo fui.
Nací en Europa, en una ciudad llamada Madrid, de algo más de diez millones de habitantes. Estudié ingeniería espacial y programación cuántica, esta última con la idea de poder entrar en el proyecto Ares-3. Por desgracia, no fui seleccionado y formé parte de uno de los equipos de la ESA en la Tierra.
Hace dos años —perdón, sería mejor decir que cuando cumplí los 53 años de edad—, toda mi vida cambió de golpe. Me encontraba en Holanda, en Noordwijk, en el Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC), cuando fui llamado a comparecer a una reunión urgente en París, en la sede central de la agencia.
En esa reunión, de la que ya hablaré más detenidamente en otra ocasión, se me comunicó que había sido seleccionado para esta misión, entre miles de candidatos. Pero para poder participar, debería hacer un gran sacrificio, debido a la larga duración del viaje y a los peligros del mismo.
Hacía ya más de cincuenta años que la humanidad había superado la barrera de los ciento diez años de esperanza de vida para las mujeres y los ciento cinco para los hombres. La mayoría de las enfermedades estaban erradicadas o controladas, gracias a los medicamentos y a las vacunas generadas por las inteligencias artificiales estrechas (ANI) creadas para tal efecto, junto con la colaboración de inteligencias artificiales generales (AGI) de última tecnología. Pero el viaje tendría una duración de cientos de años, y mi cuerpo, aún con la ayuda de la hibernación, no podría superarlo. Por ello, debería convertirme en un Humanoide consciente o, como se denomina en el argot popular, un sintético.
Los Humanoides conscientes ya vivían con los seres humanos tradicionales desde hacía unos treinta años antes de mi partida. Personas que prescindían de su cuerpo biológico para vivir más tiempo y estar libres de las enfermedades y del envejecimiento. En un principio, solamente se conservaba el cerebro. Eran seres casi idénticos a los tradicionales, salvo en la textura de su piel y, por ese motivo, se les denominaba sintéticos, porque parecían de juguete, artificiales, como los muñecos con los que jugaban los niños de los siglos XX y XXI.
Posteriormente, unos cinco años antes de mi odisea espacial, se empezaron a utilizar los cerebros artificiales, llamados Newbrain. En ellos, mediante escáneres multidimensionales, se almacenaban todos los datos del encéfalo de la persona. Se tenía en cuenta desde las profundidades de las circunvoluciones y surcos cerebrales, pasando por los daños físicos en los hemisferios, hasta la actividad eléctrica cerebral. A su vez, se hacían mapas de la memoria y otros tipos de estudios tan complejos que llevaban días realizarlos. Se crearon escáneres similares a los TAC y los PET que utilizaban los medios más modernos, incluidos los nuevos sistemas de estudio por antimateria que Paracelso-2 había creado para tales fines. En pocas palabras, se hacía una especie de trasplante de la memoria y de la personalidad del órgano biológico al sintético. El resultado final, según los encuestados, era la misma persona en un cien por cien, aunque algunos familiares y conocidos decían que notaban ligeros cambios en la conducta de estos, pero, según los psicólogos y psiquiatras, era algo normal tras una experiencia tan extrema.
Y en eso fue en lo que me convirtieron para que pudiera llevar a cabo mi trabajo. En un principio, debo reconocer que no me hizo mucha gracia, pero luego, cuando desperté, me quedé más tranquilo.
Todo parecía igual que cuando me hicieron la intervención. Parecía recordar mi pasado de manera correcta y no creía notar ningún cambio en mi forma de actuar o en mis gustos. Pero, ¿hasta qué punto podía confiar en mis creencias? No tenía con qué comparar; mis padres habían muerto dos años antes y había sido hijo único. Así que tal vez sí era el humano que fui, o tal vez no.
Supongo que con este resumen ya queda aclarada mi esencia y el porqué de algunas reseñas que podrían confundir a mis posibles lectores humanos.
Como último apunte, señalar que, al no tener un cuerpo biológico, no necesito dormir, pero para no alterar mis estados emocionales, finjo dicho descanso, que se aprovecha para hacer una copia de seguridad de mi cerebro y así, en caso de algún accidente, recuperar lo máximo de mí.
Fin de la entrada.

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